Tomas Sánchez, Basurero, 1991
El expolio de la herencia
cultural cubana, sus agentes a ambos lados del Estrecho de la Florida, la mercantilización
del arte, la prensa, los coleccionistas e instituciones constituyen un gran
basurero que contaminan el entorno artístico al romper el metabolismo entre la
labor creativa y el medio ambiente.
Historias de basureros
Arte cubano de La Habana a Miami
Un jarrón de la
dinastía Han desvirtuado ya por el millonario disidente Ai Weiwei fue hecho
añicos por un pintor miamense en el Pérez Art Museum. La herejía repercutió por todos los medios de comunicación. El destrozo, el museo, su colección y ubicación nos remiten al Basurero,
pintura de Tomás Sánchez. San Cristóbal de La Habana con sus edificios
destartalados, bahía contaminada y reservas potables infectadas con aguas albañales se ha convertido en un basurero que se
extiende por el estrecho de la Florida hasta la Bahía Vizcaya, Miami y su Pérez Art Museum. En
una punta, los apparatchiks arrancan
obras de sus marcos en el Museo Nacional de Bellas Artes, en la otra,
especuladores poco escrupulosos las compran.
Ramón Cernuda, controvertido hombre de negocios, veritatem
arbiter de todo lo beaux arts isleño, compra un Eduardo
Abela a un “dealer” desconocido pero -¿sin juicio?- no es minucioso al indagar su provenance. El coleccionista y marchante no parece haber
estudiado el libro dedicado a la obra del pintor ni consultado a su amigo el experto Ramón Vázquez, ex empleado del principal museo cubano. Su estrategia de relaciones públicas lo saca airoso. No revela a los periodistas la identidad del vendedor. No indica si previo al pago (¿en
efectivo? ¿en cheque?) cumplió con el requisito que a todos impone: asegurarse
del historial coleccionista e investigación de
propietarios. La prensa no pregunta si con certeza de legitimidad se hizo
evidente la conexión institucional. ¿Se adelantó al escándalo que ya estaba por
filtrarse? De la fecha de la transacción ¿cuán rápido la reportó? Mientras más declaraciones hace el galerista, mayores las contradicciones. ¿Cómo puede dar una evaluación de $1,5 millones a CNN si la lista del hurto está incompleta? ¿Cómo -dato significativo- compra a un "dealer" que según declara en la propia entrevista tenia lienzos obviamente arrancados de sus marcos? ¿Dio Cernuda
el paradero de las obras al FBI y entregó al malhechor? ¿Absorbe la pérdida
financiera sólo con la publicidad que genera su movida estratégica y la
posibilidad de una visa de entrada al país que le excluye? ¿Quién hace periodismo serio y preguntas impertinentes?
Los iconoclastas holandeses protestantes en el XVII y los nazis con el
"arte degenerado", hicieron basureros con importantes obras de
arte. En los fali della vanità que encendieran los frateschi inspirados por
Savonarola perecieron Botticelli, Fra Bartomomeos y Lorenzo di
Credis. Todavía se recuperan capolavori robados a la
comunidad judía durante la Segunda Guerra Mundial. El propio gobierno francés
devolvió ayer a las familias afectadas tres pinturas robadas por los nazis. Una
fuente confiable revela que anticuarios europeos rapiñando ruinas habaneras
(¿basureros urbanos?) pudieron sustraer del país cuadros de John Constable y
Millet para venderlos en Europa a precios millonarios. Un gran opus
europeo fuera de catálogo se obsequió en prueba de agradecimiento por una
donación en divisa durante el período de remodelaciones del MNBA.
El londinense Art Loss Register se suma ahora a la búsqueda de los
cuadros pertenecientes al Museo Nacional de Bellas Artes. La UNESCO publicó una
lista de 77 obras aunque se sabe que el hurto sobrepasa la centena. Ignora tan respetada
institución el caso del Constable, y el expolio sistemático que viene
ocurriendo en la isla a partir del Período Especial. Cabe plantearse: los Sanz
Carta, Rodríguez Morey, Chartrands y Escalera que han aparecido y se
venden en Estados Unidos ¿cómo se explican? ¿Estaban en el extranjero? ¿Cómo
llegaron al Primer Mundo? ¿Quién ofrece en Cuba los permisos de salida a estos
tesoros del período colonial? ¿Quién en el Fondo de Bienes Culturales
autorizaba la venta en el extranjero de las antigüedades, artesanía, objets
d’art y muestras de ebanistería criolla siglo XIX, muchos provenientes
de palacetes habaneros?
La época de la barbarie
Los ochenta y el Período Especial es “la época de la barbarie” afirma
Ángeles de Quesada, filóloga casada con un famoso disidente. Llegó a ver
lienzos doblados en cuatro y almacenados en gavetas. Nos relata cómo desde las
casas entregadas a la nomenclatura, otras tantas que quedaron abandonadas y
depauperadas, se cedían obras sensitivas del patrimonio -muchas en deterioro- a
los extranjeros. Se adjudicaban a precios risibles ya que la demanda
miamense y europea se ceñía a los artistas vanguardistas. “No tenían conciencia
de su importancia histórica. Rompían con su medio sin cuidado ni sentido moral.
A veces me pregunto si era afán de dinero o autodestrucción”. La
identidad nacional se forja a través de procesos artísticos interdependientes,
interlocutorios con el medio ambiente, la historia y el lenguaje. La reducción
y objetivación del arte es una ruptura metabólica entre el hombre y su hábitat
biofísico, su tradición histórica y sociocultural.
Con la pintura al óleo, los artistas flamencos como Van Eyck permiten
la movilidad y el comercio de obras de arte. El zenit llega en Venecia con los aceites
sobre tela. Es una ciudad cuyo clima húmedo se beneficia de este medio pictórico y un puerto marítimo donde la
actividad mercantil aprovecha la venta de chef-d'oeuvre y artículos lujosos. Ha de notarse sin embargo que muchas obras
de importancia para “La Serenissima” (Cima, Bellini, Veronese, Tiziano, Tintoretto,
Giorgione algunos Canalettos y Guardi) nunca abandonaron el territorio ducal.
Venecia fue ejemplo de comercio y respeto al patrimonio.
De Quesada fue testigo de la producción en serie de “Floras” de
Portocarrero para dignatarios y ministros importantes. Servando Cabrera Moreno
obsequiaba muchas de sus pinturas menos controvertidas al engranaje político.
“Era parte del protocolo a seguir” dice la filóloga. La mayor parte de esos presentes
han pasado por galerías miamenses. Rafael Bernal, expulsado como Ministro
de Cultura, confirma el testimonio: “Siempre existió su
trapicheo y el desvío de recursos … de toda la vida, pero ahora parece
como una estampida. Todos andan como locos agarrando lo que pueden”.
Agrega: “el arte también sirve para lavar dinero. Como están las cosas
últimamente, es más seguro tener joyas y cuadros, que dinero, casas o
caballos”. El "trapicheo" que bien guarda Rafael Bernal consiste en la venta de objetos y arte que llegaron a la nomenklatura a través de un saqueo sistemático bajo eufemismo: "Recuperación de Bienes del Estado".
Arte cubano, mercancía
Con la estabilidad y expansión económica de los cubanoamericanos
miamenses en los años setenta, el arte de la isla se perfiló como mercancía a
explotar. En los comienzos de los ochenta, Forma Gallery (Marta Gutiérrez y
Dorita Valdés Fauli), Meeting Point (Carlos Luis), Vanidades y Bacardí (Juan Espinosa) como
centros de exhibición abrieron las trincheras a los primeros
coleccionistas. La llegada de los artistas del Mariel y las actividades de
CLAAS en el Metropolitan Art Center del Biltmore (depósito de la Colección Cintas
y la mal habida Colección Martínez Cañas puesta luego a la venta) cultivaron un
estudio serio del género con José Gómez Sicre, también la superficialidad con
fiestas y prensa rosa (Selecta bajo Luis Del Asco y El Nuevo
Herald con Patricia Duarte). Con el poder social de Dolores Smithies
en Sotheby’s, la bonanza miamense, el Museo Cubano y la popularidad de la
cubanalia, los precios de la mercancía se dispararon. Cuba exportaba arte a
través de agentes en Cancún, México.
En una muy bien pensada estrategia que comenzara en un bazar
organizado por el propio Ramón Cernuda, su factótum Carlos Luis y otros parvenus, se comprobó que el arte
cubano era un producto codiciado. La subasta en el Museo Cubano en Miami fue
una prueba, un “test-run” mercadotécnico sobre las posibilidades del producto y
su acogida. Tenía su nicho. El debate que dio al traste con el Museo Cubano
enfrentó a la intransigente Fundación Cubanoamericana, empleados como Miñón
Medrano y mercenarios muchos, contra el exilio joven progresista. Vino la división
a raíz de la venta -no por decisiones curatoriales- de obras de artistas
residentes en la isla. Ramón Cernuda quiso crear un simulacro de Sotheby’s para
los nouveaux riches miamenses. ¿Posibles clientes?
Con la intervención de la Colección Cernuda por el fiscal federal
Déxter Lehtinen y la ultraderecha, el comercio con el arte cubano pasó a ser
considerado intercambio de información. Fue decisión de un juez federal la que
liberó el arte del bloqueo económico Helms-Burton. Las instituciones culturales
(museos, universidades, bibliotecas) ya eras prescindibles. El arte como
información permitiría que las pinturas se difundieran como mercancía en el
mercado libre. La actividad capitalista hace posible el intercambio de derechos
propietarios dentro del marco contractual que ocurre en una transacción, así
los derechos sobre una pintura.
Al poco tiempo nació la galería Cernuda Arte. De vendedor de
enciclopedias y cursos de inglés, el cubanoasturiano se reinventó como marchand
d’art, coleccionista e historiador experto en arte cubano. Ya por esa época
Nina Menocal (NinArt de México) se erigía como sacerdotisa de la
contemporaneidad cubana con los Volumen I.
Fue la época en que la burguesía, los “politically correct”, los Demócratas
miamenses y la Izquierda colgaban Mendives en sus paredes, fumaban puros,
tomaban mojitos y bailaban al compás de Buena Vista Social Club. Compraban arte
de la isla como certificado de validez intelectual, ideológica y actualidad
política. Eran artefactos de consumo para ostentar. A través del mercado, un
Manuel Mendive, un Roberto Fabelo, un Kcho eran pruebas de martirologio,
stigmatas compradas, ser contracorriente pero parvenu con impecables credenciales de flamantes autos alemanes y Rolex.
Y cómo se llena un basurero
En el basurero La Habana-Miami, se acumulan las falsificaciones de la
Vanguardia cubana hechas en el habanero barrio Santa Fe, los certificados
comprados a los así llamados expertos miamenses, las páginas de catálogos donde
obras malversadas a legítimos propietarios se "limpiaron" en el
extranjero. Allí entre los escombros están los permisos de salida Cuba firmado
por funcionarios corruptos, allí están las botellas y los hors
d'oeuvres de las fiestas donde los médicos, constructores
coleccionistas miamenses se autofestejaban por sus nuevas adquisiciones, todos
tenían apellidos compuestos. Allí están las cenizas de todos los puros que se
fumaron los diplomáticos que expoliaron el patrimonio cubano. Se ven en el
basurero tomasiano los escombros de tantas galerías que abrieron y cerraron, de
la feria ArteAmérica y los cabarets donde se vendieron humidores pintados
por el convicto Ernesto Milanés, figura clave en un cartel cubano de drogas. Se ven
en llamas las propuestas (palabra de moda) de "artistas emergentes",
proyectos conceptuales de la Bienal de La Habana, vídeo art de los que traían
al antiguo MAC de Ella Fontanals donde se invitaban a los galanes Venevisión.
En otra pira arden los catálogos y reseñas a cargo de las curatrices miamenses y los engendros neoyorquinos. Todos son historiadores de arte y curadores. El sustantivo ha perdido todo referente. Se autoseñalan como expertos, curadores y peritos consultores. Saben bailar bien y con gracia caribeña, picaresca, se venden como si casi egresados del Courtauld.
Guillotinados entre los escombros
Entre las fogatas que coloca Tomás Sánchez en la distancia vemos arder los cadáveres guillotinados en la Place de la Concorde, “siquitrilla’os” en
la Plaza de la Revolución y los tribunales miamenses. Es la hoguera de la vanidad. Allí se queman efigies: el Granma con
fotos de los ministros defenestrados, Vivian Mannerud y John Cabañas, agentes
de viaje “desagenciados”, Robertico Robaina, ahora pintor colega con los
lienzos de Nisnoska Pérez y Luis Posada Carriles, Edmundo García (comentarista
cultural) y Max Lesnik sin Réplica ni micrófono. Arden las
páginas de Selecta y Ana Remos con fotos de los coleccionistas
que fueron directo del cóctel a la cárcel: Carlos Piña, los López-Saldise,
Rafael Corona, Raúl y María Elena Plasencia, Humbertico Hernández, Raúl
Masvidal, Remedios Díaz-Oliver, los Recarey, Pradito, Céspedes y otras
luminarias. En la ignominiosa fogata del olvido arden los directores y editores
del Nuevo Herald y estrellas de la pantalla que del eclipse
pasaron a agujeros negros. ¿Quién recuerda a los pobres Liz Balmaseda, Carlos
Verdecia, Norma Quintero, Lucy Pereda, Enrique Gratas y Jorge Gestoso? Los
“siquitrialla’os” son parte de los despojos de una cultura autodestructiva que
entroniza la avaricia, deifica el dinero, fetichiza la mercancía, glorifica el egoísmo y la competencia. Se crea
una hagiografía de los
poderosos. Su presencia en las invitaciones dan validez a los eventos. Ellos se
autolegitiman fotográficamente junto a otros acaudalados o con pedigrí establecido. La industria del arte es cómplice y máscara de estos manejos de poder. Existe una relación simbiótica entre la base económica, el poder desafiante y
el espejismo comprado, narcisista, de la prensa, los iconógrafos. Pocos reparan en
que el basurero Miami-La Habana es un basurero periférico, los ejes del poder económico, político, mediático y artístico son
móviles e inestables.
Allí, con los fragmentos del jarrón Han nos encontramos las obras
prometidas a una subasta recaudatoria cuyos fondos serán dedicados a la defensa
legal del miamense irreverente ante Weiwei, chino disidente acaudalado, “darling” de las ferias
suizas. Junto a los marcos de las pinturas robadas al museo habanero, veremos
las cenizas de El Fénix de Mendive quemado por un iracundo en la subasta del
Museo Cubano, los restos de ron y desechos de la fiesta con la orquesta
Cortadito en el PAMM “para celebrar a Amelia Peláez”. El museo miamense en una
sala de fiestas, apunta Rosa de la Cruz. Veremos los catálogos Sex
in the City, muestra de arte homoerótico cubano organizada por un "darling"
de la prensa anticastrista miamense. El comisario, adicto al lente y al
micrófono, de paso por Miami sin haber roto con Cuba, organiza
exhibiciones estilo succès de scandale en aquel país. El pasado 20 de octubre se
reunia con una comision de delegados de Harvard en el ISA para conversar sobre
su Sex in the City. Manipula a los medios del exilio enarbolando la palabra “represión”. ¿Por qué la
ilustre prensa no pregunta a Pedro/Peter/Piter/Piotr Ortega la razón por la que
el lanzamiento del catálogo no se hizo en Acacia sitio de la exhibición? ¿Por
qué Roberto Fabelo no abogó –dado su poder y amistad con el comisario que lo incluye en la muestra- para realizar el evento en un foro importante? ¿Por
qué Ortega no viajó a La Habana al lanzamiento si en realidad se encuentra de
visita?
El basurero y contaminación de los Everglades, cortesía en parte de la
familia Fanjul, rapprochés con el gobierno habanero, así como
el desastre ecológico cubano emanan de una misma organización socioeconómica y
una visión cultural del hombre. De allí parte la concepción contemporánea del
trabajo, su productividad, medida de eficiencia y la actividad creativa en
relación a su entorno. La expansión económica no cree ni de relaciones
hombre-arte ni hombre-medio ambiente. La visión capitalista y feudalista-dependiente
toma decisiones a corto plazo tanto en el arte, como en tierras
protegidas o en la utilización de recursos naturales. La ley de retorno
marginal por unidad de inversión o costo marginal rige, ciega, toda medida a
tomar. Las empresas capitalistas y sus aliados gubernamentales tienen a su
disposición agentes de manipulación a la prensa (relaciones públicas) para
evitar las preguntas meticulosas, la investigación y las averiguaciones que
pudieran colocarles en situaciones embarazosas.
¿Qué relación establecemos entre el arte y el medio ambiente? El arte
es parte del "humanscape", el paisaje humano, el cambio cultural que
realiza el hombre dentro de su entorno. El arte se entronca al trabajo
como acción social, un diálogo que establece la colectividad con la naturaleza.
El arte, como el trabajo, desarrolla la autoconciencia a través de y
mediante la materialidad. Ambos sirven para hacer el mundo inteligible y
para la autorevelación en el mundo. La ruptura de este metabolismo entre el
hombre y su ambiente biofísico se nota en el desfase en las actividades
catabólicas y anabólicas en nuestra sociedad. Lo que queda es un basurero de
obsolescencia programada, especulación con la plusvalía, explotación,
concentración de poder político, mediático, económico e institucional, modismos
en el arte, materias recalcitrantes (no biodegradables), la trivialización y
mercantilización de la creatividad para producir productos de consumo. Los
basureros no son más que los desechos pertinaces de una cultura y organización
social autoaniquiladoras.
SE SOLICITAN DATOS, PUNTOS DE VISTAS CONTRASTANTES,
ACLARACIONES, CORRECCIONES Y
MATERIAL INFORMATIVO SOBRE ARTE CUBANO EN LA ISLA Y
EN ESTADOS UNIDOS