Misiva de un lazarillo narcisista a Franklyn Delano Roosevelt
PUBLICADO ORIGINALMENTE EN EL BLOG DE EMILIO ICHIKAWA
Isla Semper Fidel
La triste historia del Kurtz caribeño, exportador de mitos, médicos y alboroto
Justo J. Sánchez
La triste historia del Kurtz caribeño, exportador de mitos, médicos y alboroto
Justo J. Sánchez
PUBLICADO ORIGINALMENTE EN EL BLOG DE EMILIO ICHIKAWA
Cultura centrada en un sujeto único, masculino, patriarcal, que dicta las pautas y categorías de una arcaica retórica, Cuba cumple cincuenta años de ser sinónima de un sultanato "k"astrante. Es aquella una geografía donde no existen condiciones para la posibilidad -filosófica, creativa, lingüística, política- otras que el sometimiento al Uno soberano. Fiel, "fidel", a su apellido paterno, el mandatario cubano ha creado un "kastro" (Κάστρο), castillo vedado donde ha logrado el colectivo descensus ad infernum. ¿Cómo se explica?
El desarrollo del "yo" se vuelve un nudo canceroso –narcisista primario y manipulador- cuando el niño bastardo (hijo de la sirvienta) es acusado de guajiro por la burguesía santiaguera en el apropiadamente llamado Colegio de Dolores y la oligarquía en el también ignaciano Colegio de Belén. El "yo" de Fidel Castro se convierte en locus de ilusión y a la vez un "kastro", universo cerrado.
"El Otro" es siempre fuente de adversidad y dolor en su jornada por las comunidades escolares que le ven crecer. Es en esa época que Castro escribe a Franklin Delano Roosevelt llamándole amigo, mientras que le pide dinero y le propone mostrarle minas de hierro en Mayarí. Deja entrever su narcisismo y su condición picaresca, lazarillo biranensis. Con esa misiva delata su tumultuosa relación obsesiva con la vecina potencia. Dice Lacan que "las salidas psíquicas más violentas surgen dentro de las colectividades sometidas aparentemente con mayor normalidad".
El lenguaje construye al sujeto, es la presencia del Otro en si. Durante años, el joven Fidel se afanó por adaptarse y adoptar el discurso del perverso "Otro" haciéndose ducho en los ritos (béisbol, básquetbol en La Habana, llevar la bandera en celebraciones patrias señaladas), la mitología del "machangato" y la religiosidad popular caribeña. Se convertiría en la fiel imagen en el orden simbólico de la cubanía. Buscó ser el reflejo especular de la identidad nacional.
Cuba, subconscientemente cansada de revoluciones estudiantiles, intervenciones yanquis, golpes de estado, histeria colectiva y una élite ausente de los manejos políticos, se entregó a aquel joven atlético, campesino, venido de la sierra, vestido de verde, über-masculino, que prometía un mesiánico viaje al paraíso. Un país que sublimaba su libido en pistas de baile, necesitaba una figura catéctica que les hablara frente a un monumento fálico, le enamorara con serenatas de ocho horas y rostro inocente de "Gitano Tropical".
Perdido cualquier vestigio de juicio crítico en una isla erotizada con su carismático líder, pudo éste en junio del 1959 lanzar una ley de reforma agraria. En febrero del 1960 invita al vice premier Mikoyan para establecer relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. En mayo del propio año 60 cierra la prensa independiente y nacionaliza en junio las propiedades norteamericanas. Verdad es que los yanquis controlaban más del 40% de la producción azucarera de la isla y sus compañías de servicios públicos. Mientras tanto, fusilaba con el mítico "Che" sin mucho cuidado o pulcritud con los procesos jurídicos o a las posibilidades de defensa. La isla seguía cautivada con el "Barbas".
Desarrollaba en la primera etapa revolucionaria su anti-sujeto, el anti-yo, el anti-discurso. La dolorosa presencia del Otro en el mandatario revolucionario sería cancelada por un lenguaje y derrotero nacional a la inversa, controlado únicamente por su fíat. Su sujeto se formó en relación dialéctica con esa burguesía oriental y habanera que lo apabulló y se mofó de sus circunstancias. La furia y entropía que se desdoblaba no distinguiría entre remeros del Yacht Club, el mulato presidente, los profesionales, religiosos, estudiantes y los trabajadores. A través de la trayectoria revolucionaria, todos quedarían reducidos a esbirros, gusanos, lumpen, escoria, proxenetas, hasta "mariconzones". El nihilismo y el terror servirían para crear su "nuevo Belén" en el que todos los cubanos estarían internos: un modelo de represión paternalista y de encierro "panopticón".
"Comparto con él [Gabriel García Márquez] una teoría escandalosa, probablemente sacrílega para academias y doctores en letras, sobre la relatividad de las palabras del idioma, y lo hago con la misma intensidad con que siento fascinación por los diccionarios". Aquí se debate Fidel Castro: percatándose que en la dinámica lingüística yace la propia consciencia humana. El alumno de los jesuitas busca la certeza del Significado. El narcisista sabe que su poder absoluto impone las reglas semánticas. El desarrollo de su "yo/anti-yo" requiere de un nuevo discurso revolucionario, anti-burgués, anti-yanqui, anti-intelectual, verde con tonalidades chabacanas, pagano con matices yoruba, opuesto por antonomasia al ancien régime, origen de su trauma.
Echando mano de nuevo a Lacan, vemos en Fidel Castro el rechazo por la estructura y la filología castellana así como por los esquemas eurocéntricos de su padre gallego y de los jesuitas españoles de Dolores y Belén. Su discurso rebelde, campesino, es un intento de redención a su madre doncella, cubana, oriental. Encontramos aquí un intento edipal de unión con un mundo pre-paterno, pre-social del que fue arrancado. Estamos en presencia de un sujeto en pos de la madre y el mundo mítico de lo que ella representa (objeto ideal perdido "Objeto A" en la nomenclatura Lacaniana). Este sujeto fijado en una primera fase del estadio del espejo ha gobernado Cuba durante los últimos cincuenta años.
"La personalidad del individuo es sobrecogedora", escribía arrobado Herbert Matthews en una serie de tres artículos fechados en febrero del 1957 para The New York Times. "Es fácil comprender como sus hombres lo adoran y como ha captado la imaginación de la juventud cubana en toda la isla. He aquí un hombre educado, fanático, con ideales, valor y grandes virtudes de liderazgo". Léase un modelo de reportaje objetivo e imparcial. Hasta el propio entrevistado se burlaría de Matthews en una visita al National Press Club.
Era maestrillo jesuita cuando conoció a Fidel Castro. Llegaría años después a visitarlo a la Sierra Maestra. No lo llevaba El Diario de La Marina. Iba en misión informativa para la nunciatura vaticana. Sería una de las personas que más profundamente se adentrara en el universo psicológico del mandatario cubano: el R.P. Amando Llorente, SJ. El relato de su jornada post-Matthews al campamento de los combatientes Movimiento 26 de julio es una traducción al milieu cubano de El corazón de las tinieblas por Joseph Conrad. Valga la aclaración: salvo las armas. Kurtz/Castro no engañó al jesuita como hiciera al periodista neoyorquino. También le dijo que había perdido la fe. El caos, la improvisación, la falta de recursos y armamentos se hacían pasmosamente evidentes. El relato de Llorente es alegórico porque el entonces joven Kurtz pudo extender su regnum tenebre desde la Sierra hasta La Habana. El horror que relata Marlow en la novela (y el sacerdote en la vida real) pudo convertirlo en la cotidianeidad de una urbe en ruinas, una población controlada por sistemas de vigilancia y represión, una prensa risible regida por parámetros gubernamentales: el descensus ad infernum de los últimos cincuenta años. Fidel yace hoy, como Kurtz en la novela, moribundo. El tirano se ahoga sumergido en detrito y trata de aflorar mediante reflexiones periodísticas. El mundo espera el anuncio: —"Mistah Kurtz, nah, Mistah Castro, he dead."
El desarrollo del "yo" se vuelve un nudo canceroso –narcisista primario y manipulador- cuando el niño bastardo (hijo de la sirvienta) es acusado de guajiro por la burguesía santiaguera en el apropiadamente llamado Colegio de Dolores y la oligarquía en el también ignaciano Colegio de Belén. El "yo" de Fidel Castro se convierte en locus de ilusión y a la vez un "kastro", universo cerrado.
"El Otro" es siempre fuente de adversidad y dolor en su jornada por las comunidades escolares que le ven crecer. Es en esa época que Castro escribe a Franklin Delano Roosevelt llamándole amigo, mientras que le pide dinero y le propone mostrarle minas de hierro en Mayarí. Deja entrever su narcisismo y su condición picaresca, lazarillo biranensis. Con esa misiva delata su tumultuosa relación obsesiva con la vecina potencia. Dice Lacan que "las salidas psíquicas más violentas surgen dentro de las colectividades sometidas aparentemente con mayor normalidad".
El lenguaje construye al sujeto, es la presencia del Otro en si. Durante años, el joven Fidel se afanó por adaptarse y adoptar el discurso del perverso "Otro" haciéndose ducho en los ritos (béisbol, básquetbol en La Habana, llevar la bandera en celebraciones patrias señaladas), la mitología del "machangato" y la religiosidad popular caribeña. Se convertiría en la fiel imagen en el orden simbólico de la cubanía. Buscó ser el reflejo especular de la identidad nacional.
Cuba, subconscientemente cansada de revoluciones estudiantiles, intervenciones yanquis, golpes de estado, histeria colectiva y una élite ausente de los manejos políticos, se entregó a aquel joven atlético, campesino, venido de la sierra, vestido de verde, über-masculino, que prometía un mesiánico viaje al paraíso. Un país que sublimaba su libido en pistas de baile, necesitaba una figura catéctica que les hablara frente a un monumento fálico, le enamorara con serenatas de ocho horas y rostro inocente de "Gitano Tropical".
Perdido cualquier vestigio de juicio crítico en una isla erotizada con su carismático líder, pudo éste en junio del 1959 lanzar una ley de reforma agraria. En febrero del 1960 invita al vice premier Mikoyan para establecer relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. En mayo del propio año 60 cierra la prensa independiente y nacionaliza en junio las propiedades norteamericanas. Verdad es que los yanquis controlaban más del 40% de la producción azucarera de la isla y sus compañías de servicios públicos. Mientras tanto, fusilaba con el mítico "Che" sin mucho cuidado o pulcritud con los procesos jurídicos o a las posibilidades de defensa. La isla seguía cautivada con el "Barbas".
Desarrollaba en la primera etapa revolucionaria su anti-sujeto, el anti-yo, el anti-discurso. La dolorosa presencia del Otro en el mandatario revolucionario sería cancelada por un lenguaje y derrotero nacional a la inversa, controlado únicamente por su fíat. Su sujeto se formó en relación dialéctica con esa burguesía oriental y habanera que lo apabulló y se mofó de sus circunstancias. La furia y entropía que se desdoblaba no distinguiría entre remeros del Yacht Club, el mulato presidente, los profesionales, religiosos, estudiantes y los trabajadores. A través de la trayectoria revolucionaria, todos quedarían reducidos a esbirros, gusanos, lumpen, escoria, proxenetas, hasta "mariconzones". El nihilismo y el terror servirían para crear su "nuevo Belén" en el que todos los cubanos estarían internos: un modelo de represión paternalista y de encierro "panopticón".
"Comparto con él [Gabriel García Márquez] una teoría escandalosa, probablemente sacrílega para academias y doctores en letras, sobre la relatividad de las palabras del idioma, y lo hago con la misma intensidad con que siento fascinación por los diccionarios". Aquí se debate Fidel Castro: percatándose que en la dinámica lingüística yace la propia consciencia humana. El alumno de los jesuitas busca la certeza del Significado. El narcisista sabe que su poder absoluto impone las reglas semánticas. El desarrollo de su "yo/anti-yo" requiere de un nuevo discurso revolucionario, anti-burgués, anti-yanqui, anti-intelectual, verde con tonalidades chabacanas, pagano con matices yoruba, opuesto por antonomasia al ancien régime, origen de su trauma.
Echando mano de nuevo a Lacan, vemos en Fidel Castro el rechazo por la estructura y la filología castellana así como por los esquemas eurocéntricos de su padre gallego y de los jesuitas españoles de Dolores y Belén. Su discurso rebelde, campesino, es un intento de redención a su madre doncella, cubana, oriental. Encontramos aquí un intento edipal de unión con un mundo pre-paterno, pre-social del que fue arrancado. Estamos en presencia de un sujeto en pos de la madre y el mundo mítico de lo que ella representa (objeto ideal perdido "Objeto A" en la nomenclatura Lacaniana). Este sujeto fijado en una primera fase del estadio del espejo ha gobernado Cuba durante los últimos cincuenta años.
"La personalidad del individuo es sobrecogedora", escribía arrobado Herbert Matthews en una serie de tres artículos fechados en febrero del 1957 para The New York Times. "Es fácil comprender como sus hombres lo adoran y como ha captado la imaginación de la juventud cubana en toda la isla. He aquí un hombre educado, fanático, con ideales, valor y grandes virtudes de liderazgo". Léase un modelo de reportaje objetivo e imparcial. Hasta el propio entrevistado se burlaría de Matthews en una visita al National Press Club.
Era maestrillo jesuita cuando conoció a Fidel Castro. Llegaría años después a visitarlo a la Sierra Maestra. No lo llevaba El Diario de La Marina. Iba en misión informativa para la nunciatura vaticana. Sería una de las personas que más profundamente se adentrara en el universo psicológico del mandatario cubano: el R.P. Amando Llorente, SJ. El relato de su jornada post-Matthews al campamento de los combatientes Movimiento 26 de julio es una traducción al milieu cubano de El corazón de las tinieblas por Joseph Conrad. Valga la aclaración: salvo las armas. Kurtz/Castro no engañó al jesuita como hiciera al periodista neoyorquino. También le dijo que había perdido la fe. El caos, la improvisación, la falta de recursos y armamentos se hacían pasmosamente evidentes. El relato de Llorente es alegórico porque el entonces joven Kurtz pudo extender su regnum tenebre desde la Sierra hasta La Habana. El horror que relata Marlow en la novela (y el sacerdote en la vida real) pudo convertirlo en la cotidianeidad de una urbe en ruinas, una población controlada por sistemas de vigilancia y represión, una prensa risible regida por parámetros gubernamentales: el descensus ad infernum de los últimos cincuenta años. Fidel yace hoy, como Kurtz en la novela, moribundo. El tirano se ahoga sumergido en detrito y trata de aflorar mediante reflexiones periodísticas. El mundo espera el anuncio: —"Mistah Kurtz, nah, Mistah Castro, he dead."