19 de julio de 2011

Grande fête à Versailles


Grande fête à Versailles

La historia de la santiaguera familia Valls repite el esquema establecido por la comunidad cubanoamericana: arduo esfuerzo, visión empresarial y éxito financiero. Felipe Valls pére visita a diario su icónico Versailles, lugar de rigor para políticos locales y candidatos presidenciales. Con el café, las croquetas y la deliciosa yuca frita se toma el pulso a la ciudad.

Una combinación de factores (Felipito, Jaime, mi hermana, Omer y los Juanjuanes) me llevó con gusto a la fiesta celebratoria por cuatro décadas versallescas. Más que un restaurant, la esquina de la Calle Ocho y la Avenida 36 es un templo del exilio donde se hacen peregrinaciones laicas, se viven alegrías, penas, esperanzas y se ritualiza la cólera. El organizador (República) pudo haber realizado una labor más concienzuda.

La prensa que cuenta por fundamento, sensatez y difusión (la norteamericana e internacional) utiliza el poder de convocatoria chez Valls. Los prejuicios típicos pasaron por alto (menos en The Washington Post) la historia de una familia que puso su empeño en una empresa nada glamorosa.  Con el tiempo la convertirían en un importante foro político y en sitio de tertulia, el Mortimer’s del pueblo. La agencia República no trajo ni a NPR o PBS para hacer análisis como un refectorio se transforma en la anti-Plaza de la Revolución. El Wall Street Journal, diario conservador con periodistas cubanos, brilló por su ausencia. Lo propio puede decirse de Fox News.

Felipe y Felipito se han convertido en los Estefan de la industria restaurantera. Gloria y Emilio han utilizado su conexión con la Casa Blanca Obama para abogar eficazmente por el grupo Damas de Blanco. Si los Valls prefieren una línea partidista conservadora en su celebración, República podría asegurar la presencia de Jeb Bush, Al Cárdenas, Dave Bitner, Sharon Day o Reince Priebus. Estuvo, sin embargo, el Anticristo Rick Scott quien quitó $300.000 al Centro de Actividades de la Pequeña Habana. ¿Hubo mención en alguna transmisión seria conservadora norteamericana sobre la ejemplar familia Valls? Plasencia y compañía garantizó Selecta y El Nuevo Herald. Bostezo provoca. Todavía no me explico cómo República seleccionó de anfitriona a la veterana Ninoska vestida con blusita de playa. Por supuesto, Andrés Asión (vendedor de bienes inmobiliarios) y la Latinalia intrascendente fumaban puros en la puerta, “robando cámara”.

Tiremos un vistazo al formulario artículo de Aida Levitán en El Nuevo Herald.  Su miopía no alcanza a explicar la diferenciación e identificación de marca: ¿qué hizo diferente el Versailles del Casablanca, La Esquina de Tejas y otros restaurantes que son ahora sólo recuerdos? Es más, lo que describe es lo mismo que repele a los cabecillas del Partido Republicano. La versión kitsch del château en Île de France da espacio con generosidad a Bill Clinton pero también a los señores de tercera edad, Medicare y Plan 8. Al palaciego establecimiento de Miami van figuras del ancien régime, familias hidalgas y esbirros batistianos. Comparten sitio con figuras del G2 y los CDR’s, ahora militantes conservadores de línea férrea. Esa democracia hispana -¡en un sitio en la Calle Ocho!- es enigma y anatema para la élite blanca Republicana.  

Fue una fiesta de contrastes. Patricio, con su blanca cabellera y gentil sonrisa, allí sentado Don Horacio Aguirre, testigo imperturbable e impoluto de todos los escándalos y vaivenes del Miami Trash. Del otro lado el famoso camarero Huberto Mario (http://www.youtube.com/watch?v=ACSy-bOqgAw) narrador-comentarista deportivo de radio Guamá, en Pinar del Río y destacado por la prensa revolucionaria cubana en Venezuela.  Los Valls le dieron refugio y trabajo para que luego insultara a la comunidad gay a través de las cámaras de “María Elvira Live”. En aquella democracia de la fiesta VIP, a pocos pasos de Don Horacio, el grosero ex periodista movía la cintura en típico ritmo presque arrivé tal como si fuera el Cardenal de Richelieu. Vestido de servicio, se adueñó de la fiesta. ¿Qué Republicano toleraría semejante osadía?

El Versailles de Miami se engendra en una revolución política y cultural: la masacre de Kent State, Woodstock, el estreno del programa “All In the Family”, la mayoría Demócrata en el Congreso opuesta a la administración Nixon, el asesinato de Bobby Kennedy y Martin Luther King, la masacre de MyLay, el activismo de artistas como Janis Joplin y Jimi Hendrix.  Esta atmósfera no pasaría desapercibida en la práctica inclusiva de la familia Valls aún si sus preferencias le llevaran al credo Republicano en política exterior hacia Cuba.

Castro y sus barbudos estratificaron y paralizaron todo tipo de dinamismo rebelde en su país. La revolución cubana ocurrió en Miami. La movilidad social estadounidense permitió la creación de una nueva y poderosa clase media. Si bien conservadoras, las nuevas voces desplazaron la decadente oligarquía pre-castrista. El Versailles es el comedor de esa familia gritona, disfuncional, atractiva, compuesta de jóvenes y mujeres provocadoramente bellas y sensuales, de padres y abuelos guindados en la nostalgia. Allí se reúnen tras los velorios, el ballet, las fiestas, a mostrar sus autos y a conversar a viva voce. Allí inflan, expanden, exageran el universo con realismo mágico. El pasillo central es la pasarela de cuanta moda estrafalaria pudiera ser visión o pesadilla para Gaultier o la nazi Galliano.

Muy a pesar de la fiesta, las fotos y Jorge Plasencia, la lección de los Valls quedó sin explicitar. La celebración de Felipe y Felipito estaba al otro lado de los trepadores sociales en la carpa (aquellos que fumaban los puros en la puerta buscando el lente). Rebajaron los precios del menú a los niveles de 1971. Sus fieles clientes acudieron a celebrar el aniversario. Nos enorgullece que una familia pudiera aglutinar en su comedor voces tan disímiles y personajes tan bohemios, ricos, pobres, Celia y la Guillot al lado de los retirados que reciben el Medicare que ahora Ileana Ros se afana por eliminar. A pesar de los años, Bill Clinton en un encuentro casual de vacaciones recordó a Felipito. Celebró el cortadito del Versailles. En su fiesta hasta los camareros pueden bailar. Que sirva de lección. ¡Felicidades!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No perdona tu latiguillo. Me gustõ el verdugón en el lomo blando del camarero logorreico y homofóbico (debería ser azotado a diario, por bofe). Es un circo simpático, aunque poco habanero. Texto justo, Justo.
Beltrán

Anónimo dijo...

No perdona tu latiguillo. Me gustõ el verdugón en el lomo blando del camarero logorreico y homofóbico (debería ser azotado a diario, por bofe). Es un circo simpático, aunque poco habanero. Texto justo, Justo.
Beltrán

Juan Cuellar dijo...

Te falto algo, hombre de townhouse,en esta cobertura: La misma dulzura que toco a tu trovador del castrismo Pablo Milanes. Ahi se revela tu quijotesca actitud en "tinta y veneno" para ciertas cosas solamente. Te ufanas de la vanidad curricular y te burla de la ajena, sea material o espiritual. Tu letra blanca en papel negro, ni es tinta ni veneno, es la misma bazofia que rechazas. Pero no te austes, es tipico y comun esa enfermedad entre vosotros; esa elevacion del ritmo cardíaco, alucinaciones que se siente cuando algunos se encuentra ante la , masturbación psicosomática de quienes cambian la verdad por metaforas trocando los hechos. Y ojo, que no creo que el Versalles sea icono de exiliados, mas bien cueva de castristas atapinados incapaces de poner las nalgas ni los pies en los centros de analisis de sus conciencias.