Laberinto de pasiones - Agere contra!
'Miami Vice': Laberinto de Pasiones
Summis Desiderantes Affectibus (RM)
Summis Desiderantes Affectibus (RM)
No caigamos víctimas del sensacionalismo. Pongamos el artículo publicado en Gawker y el The New Times en otro contexto. Propongo algo siglo XVI: “Ejercicios para alcanzar aficiones desordenadas y, con ellas, la soberbia”. Por supuesto que la corrupción, los fondos malversados, las vocaciones perdidas, las faltas al espíritu sacerdotal cristiano no atraen lectores . El gancho editorial es “iglesia cabalística gay”. La primera oración es ya una caricatura. Un obispo corrupto, autoindulgente y negligente se retrata como el cadáver del decadente comediante Dom Deluise. ¡Si supieran que el sobriquet para el pastor de la arquidiócesis era “dos-martinis Favalora”! El odio (¿merecido?) a la institución ofusca el estándar periodístico.
La publicación Gawker procuró una copia de Miami Vice, informe detallado preparado por una abogada sobre la putrefacción en el clero miamense.
Su evidencia: declaraciones juradas, recursos ante tribunales, registros de propiedad, informes financieros, recibos y el testimonio de fuentes directamente involucradas con los hechos. La diversidad de fuentes inmuniza el documento. No es la labor revanchista del reaccionario Eric Giunta, rechazado del seminario por los curas Sosa y O'Dwyer. El documento es más guión de Pasolini que relato miamense. El comentario general es que el grupo redactor, Christifidelis, es homofóbico. Oso diferir.
Las aventuras del obispo Manuel “Lili” de Arecibo, Puerto Rico y sus discípulos en Miami reflejan el privilegio al que se cree digno la casta sacerdotal. Mantener fondos secretos para comprar apartamentos en Brickell Avenue, para invitar a efebos a cenar, para compartir el título de propiedades sería acto reprochable tanto con hombres como con mujeres. Irrita porque la institución es ferviente abanderada anti-gay.
Apoteosis de San Ignacio de Loyola a cargo de Baciccio
Hoy, fiesta de San Ignacio de Loyola, no me viene a la mente a Íñigo alzando pesas en Alcalá de Henares o en el Colegio de Santa Bárbara de París, San Francisco Javier y Pedro Fabro de “spotters”. No se me ocurre pensar en los compañeros ignacianos Laínez y Salmerón comprando palazzi en la Roma Farnese. No me imagino a Aníbal Morales y a su novio exhibicionista en bear411 decorando su casa cerca del Gesú con murales de Annibale Carracci. No visualizo a Juan Sosa y a Pedro Corces de misioneros en la India o la China.
Autoritaria y jerárquica, desde los albores del Medioevo, la Iglesia no responde a regulaciones y normas extra-institucionales. Durante años llamé la atención a John Noonan y al propio Favalora de los abusos del fantoche Padre “Cut-ie” y del nepotismo que caracteriza la administración de Franklyn Casale en la Universidad St. Thomas. La hermana de Franklyn Casale recibía compensación para venir de Nueva York a fungir como directora de galerías. El sobrino de Casale es aún funcionario en la Facultad de Derecho. Mis quejas permanecen sin respuesta. El responsable a cargo de donaciones en la cancillería -en típico mal gusto miamense- comparaba conmigo recientemente los hoteles donde pernocta en Roma así como los restaurantes que frecuenta. Ojo que no viaja con la largesse a que me acostumbra mi familia sino, atrevido, con el presupuesto de la Arquidiócesis. Inútil sería preguntarle de los tesoros del Palazzo Barberini o los Caravaggio en S. Luigi dei Francesi o si se ha deleitado con S. Carlo alle Quattro Fontane o el Tempietto. Otro burócrata va a comprar “santos” a España. Mientras tanto, cierran las iglesias en los barrios pobres de Miami.
La orientación sexual de Bernie Kirlin, Bill Hennessey y Richard Pehrla es totalmente irrelevante. La alegada corrupción financiera de la que se les acusa con fondos eclesiásticos y la actitud permisiva Favaloresca sí son en efecto escandalosas. Nos permiten vislumbrar la contradicción y descomposición interna de la Iglesia. Más que lo que hagan estos señores en sus dormitorios, la arquidiócesis ha violado su deber pastoral con los bienes que le son confiados a administrar. No se trata aquí de abuso sexual con menores de edad sino de relaciones consensuales entre adultos que viven una mentira. Lo que escandaliza de Miami Vice es la hipocresía de una institución que por su falta de autenticidad moral, se le debería de someter a un severo escrutinio y administración seglar. Los laicos comprometidos de la diócesis tienen un deber moral de retirar su voto de confianza a esta cloaca donde la gracia y el espíritu están ausentes.