7 de diciembre de 2009

Ahora todos saben de arte

Archipenko, Torso, 1914


Ahora todos saben de arte

Justo J. Sánchez

SE PUBLICA EN EL BLOG DE EMILIO ICHIKAWA


Tendría que haberme dado la vuelta. Aquello no pintaba bien. Sylvester Stallone, maquillado, charlaba animadamente con el dueño de una galería suiza. El enano italoamericano, actor y pugilista es ahora pintor. El arte y el comercio desconocen fronteras.

Una delicada escultura de Giacometti recibía a los invitados. Con su sutileza y delicadeza, con verticalidad estilizada -¿espiritual?- le pasaban por el lado, taconeando, faroleando, sin reparar en el mundo enrarecido que creaba dentro de su caja de plexiglás.

- ¿Qué fiesta haces? – Desconocía la acepción de “hacer” para asistir a una fiesta.
- ¿Cómo?
- Sí … después de esto
- ¿Vas a Art Nexus?

Recordaba el baturrillo de “Latin-Trash” de años anteriores. Las “chachas” de la dueña gustan hacerse rogar las invitaciones y verifican una y otra vez en listas y listas (que nada tienen que ver con las de Umberto Eco en el Louvre). El colmo de mal gusto fue el “ego-fête” que le hiciera la Birbragher a Jorge/George Pérez el año pasado en el Icon, antes de conocerse sus mega-deudas. No. Estaba rodeado de arte serio para bailar en los lodazales del subdesarrollo y bandejas paisa.

- ¿Viste a Calvin Klein? ¿Regresas a Design Miami?
- No, costureros y decoradores ya nos sobran en Miami.

Durante la tarde del vernissage, una de las primeras obras que abrió el camino de las ventas fue una escultura de Naum Gabo perteneciente a una galería londinense. Mi amiga Mary Anne Martin trajo un exquisito Rufino Tamayo, El helado de fresa, del 1938. La madrileña Galeria Leandro Navarro mostró una singular escultura de Torres García con su cuadro acompañante, pertenecientes ambas a la hija más joven del artista. La escultura de madera delata los primeros tanteos con el Constructivismo y es anterior a su época de manufactura de juguetes en Barcelona. Helly Nahmad deleitaba con una gran monográfica de móviles y una pintura (La odalisca) de Alexander Calder. La trayectoria del artista a través de los años quedaba bien delineada y documentada.

Una serie de dibujos de Picasso del 1928 se separaron por primera vez de un cahier (libreta de notas) dejando patente la tridimensionalidad dentro de la imaginación surrealista. Deleitaban por su elegante y firme trazo: sin titubeo. Los bocetos desnudan el proceso creativo del malagueño.

Hopkins Custot de París no trajo esta vez la acostumbrada amplia selección de Magrittes y Delvaux de otros años. Sí, efectivamente, hizo muestra de un gran Yves Tanguy. Dentro de la oferta de la Galerie Thomas de Múnich descollaba una escultura de Archipenko, estilizada, estandarte del Modernismo elegante.

Marlborough, era de esperar, mostraría un Francis Bacon, pero la sorpresa la guardarían en una esquina: un Magritte raro e inquietante (vendido durante el segundo día de la feria) así como un Retrato de Inocente X aprés Velázquez por Julio Larraz. El cubano imprimió con maestría fiel a su lenguaje, un enigma encarnado variando solamente la pose del sujeto y captando la dureza del personaje y su majestuosidad. La obra, imponente, se vendió la primera noche y fue recogida por el cliente el segundo día de la feria.

- Oye, vamos p’al VIP.
- Es que no estoy cansado todavía.
- Dale, dale… un champancito. Llevo tres días alcoholizado y ya ni veo.
- ¿Cómo es eso?
- Todos mis amigos de Caracas están aquí y todos estamos llorando miserias. Que me quitaron el banco … que Chávez me intervino las tierras … que si un departamento … que si este Soto fue mío. Nos tomamos un vino aquí, un champán acá y una merienda con vino y champán. Ya ni sé lo que he visto.

Por fin lo que veo es un Walton Ford. ¡Una sola pieza en la feria entera! Después del libro de Taschen se hace difícil encontrar obra de este ya legendario creador norteamericano. Una acuarela botánica, relativamente pequeña oscilaba entre los $140,000. Los valía y, efectivamente, se vendió. El cubano Francisco “Guanabacoa” Sánchez produce su opus inspirado en Walton Ford y en Carpentier, El reino de este mundo así como en L’année dernière a Marienbad. Su exhibición en el espacio Cremata fue materia de artículos y conferencias.

En Art Miami, las fotos monumentales de Michael Eastman transportaban al visitante al Milán de la antigüedad clásica. El imponente Rufino Tamayo de mi ex vecino León Tovar hacía admirar a todos su magia cromática así como los insólitos personajes que pululaban el mundo de este gigante azteca. Los Cernuda hacían gala de importantes Lams pero era el Mario Carreño (Frutos del mar) así como un papel de Amelia de su época parisina que llamaban la atención por su rareza. Un óleo pero, más aún, un dibujo de Leonora Carrington en Tresart de Coral Gables pasaban inadvertidos en la noche de apertura. El sevillano Salustiano tiñó a Miami de rojo con tres exhibiciones: en el Frost de FIU, con su marchand suizo en Art Miami y en Art Rouge (muy apropiado) del Design District. Vicky, la hija de María Luisa, fallecida y querida amiga, ostentaba un ex apparatchik de Abel Prieto, Ministro de Cultura de una isla mitológica y estalinista. El mancebo era tan primitivo como la isla. Me aburre esa especie zoológica.

El otro día me dijeron:
- Esta feria me gusta más que la del “Conventional Center”, me dijo un corredor de bienes inmuebles.
- Ahhh ¿sí? ¿Conventional? ¿Conventional Center? Tienes razón. Yo, "conventional", no.

Es que quizás lo único que haga convencionalmente sea el vestir, quizás tratar de expresarme con precisión o mi pasión por el arte. Algún árbitro (¿Osmel Sousa?) ha hecho creer a los gordos, a los OBTs (Over the Bridge and Tunnel) que tanto frecuentan esta ciudad desde Nueva York, a los presque arrivés, que lo máximo en elegancia masculina es llevar la chaqueta sobre una camisa sin corbata que a su vez estilan siempre por fuera del pantalón. Si es una camisa de etiqueta (tuxedo), pues más elegante y chic en su demencia. Si el cuello se alza por sobre una chaqueta de pana o satén, es materia de delirio. Si el pantalón que llevan bajo el ya descrito disparate es un “jean” y ostentan zapatos de seudo-cocodrilo, salamandra, lagartija tuerta, o aún más, animales que no existen en la fauna terrestre, mejor aún, mientras que la camisa esté por fuera y las punteras de los zapatos, infinitamente estrechas, sean tortura al caminar. El reloj masculino tiene que ser lo más aparatoso posible y ha de ser grande, enorme, como la versión masculina del bling-bling.

Hagamos una prueba: pregunte hoy ¿cuál fue su obra favorita de las ferias? a cualquier de los allí presentes. Insístale en que precisen la razón. Quedará de una pieza. ¡No saben! La experiencia ya se olvidó. ¿Por qué? Porque la experiencia fue sobre ellos y no sobre el arte. La constante fue la auto-conciencia que ni por un momento se desvió hacia algo tan abstracto o tan extranjero, fuera de su propia problemática, como un documento estético.

Veamos aún los reportajes. El periodismo cultural en Miami es penoso. Con las obras maestras que se encontraban en las ferias, nadie se tomó el tiempo de mencionar ni el Giacometti ni el Rothko importantísimo de su período joven (anterior a los cuadriláteros que flotan), ni el Archipenko, ni el extrañísimo Torres García. Tuve el honor que un sans-culotte me hiciera un acto de repudio por mis escritos frente a una pintura de Le Corbusier. El sans-culotte lucía zapatos negros y blancos de un material o substancia extraterrestre. Todos se sumaban a trivializar la experiencia. Todos hablaban más de los compradores, las fiestas y las estrategias paparazzi.

La vanidad es la antítesis de la experiencia artística. Así como uno no puede llegar con copas de champán a una conferencia de Roland Recht en el Collège de France o de Keith Christiansen al Institute of Fine Arts, cada encuentro musical en un recital o con una pintura en una pinacoteca es el inicio de un diálogo profundo. Ante un Giacometti o un Picasso o la magia de un Carrington no se pavonea. Sería la misma necedad de tontearle a Recht o Christiansen. Se acerca uno con honestidad -no reverencia- al proceso de descubrimiento y autodescubrimiento, a romper barreras, reconociendo lenguajes y abriéndose a fantasías. Para emprender esa larga y apasionante travesía, de la que no hay regreso, habría que despojarse del pesado “yo” y de esos incómodos zapatos de reptil desconocido.


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