19 de julio de 2010

Del velorio a la pachanga


Del sueño a la realidad. Cómo la farándula y las fieras de rapiña se despiden de Olga Guillot

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AGRADECEMOS PROFUNDAMENTE A NUESTROS COLEGAS POR LA DIFUSION.

Del velorio a la pachanga

Justo J. Sánchez



Enrique Teuteló e Iván Román comparten en Facebook que Univisión alcanzó puntajes superiores a ABC, NBC, CBS y otras cadenas el jueves en la noche gracias al programa “Premios Juventud”. Desconocen la trama del sainete. Mi ojo desincorporado, observador de la realidad bananera, relata como la iglesia de San Miguel en la miamense calle Flagler se convirtió en un “casting”. Allí se empujaba la fauna: Plasencia, Asión, Los Niñiticos, Desmond, Ania Linares, todos explicando lo “afectados” que se encontraban ante el fallecimiento de Olga Guillot. Las cámaras y los periodistas seleccionaban entre los histriones. Allí también con la farándula lloriqueaba Zambrano, el ecuatoriano seudoibérico que se llama reportero y del que no hemos visto un artículo o reportaje desde la caída de Roma. La competencia por el lente hizo que se registraran desmayos, “falta de aire” y otros artificios dramáticos.  El espanto cundió entre unos respetables mexicanos –según me informa otra fuente- ante las interjecciones de “Sióooo” y “cállense la boca” durante el velatorio. El nivel de “afectación” trajo como consecuencia que muchos se afanaran en buscar abrigo y hospitalidad con los Estefan en República Dominicana.


Mientras “cuadraban” los arreglos pos Guillot, los desmayados, dolientes y llorosos no perdieron un segundo para sumarse a la “pachanga” Univisión. Guardaron los pañuelos lacrimosos, avivaron los maquillajes, tomaron un café y … al “Prix Jeunesse”,* reunión de sabandijas. Como punto de aclaración: el lastimero espectáculo de la muerte y funeral de Michael Jackson no fue muy distinto a lo ocurrido en Miami salvo que elevado a gran potencia por el mal gusto y los compromisos comerciales de los monopolios musicales y el entretenimiento. Si algo ventajoso tuvo la desaparecida “reina del bolero” fue la ausencia del roba-cámara ex Padre Alberto Cute-ie.


Y me pregunto: ¿alguien tuvo tiempo de pensar cuál es la contribución de Olga Guillot a la canción hispana? ¿A qué obedece el estilo teatral en sus interpretaciones? ¿Qué nexo tiene el “feelin’” con la balada norteamericana coetánea? ¿Es la Guillot el umbral que lleva del bolero al “feelin’”? ¿Qué importancia tiene en Olga Guillot el acompañamiento instrumental? ¿Permitía libertad de improvisación “scatting” o la estilización musical o su personalidad arrolladora no daba espacio para ello?   ¿Cuán prolongado fue el periodo difícil -de puertas cerradas- en la Cuba “republicana” a raíz del matrimonio de Olga Guillot con el socialista Ibrahim Urbino? ¿Puede considerarse a René Touzet una influencia en la trayectoria artística de la fallecida cantante?  ¿Cómo se enfoca la relación entre Olga, las D’Aida, Burke, Omara? ¿Existe alguna conexión con La Lupe?  Ya sé que hacer pensar a Mauricio Tiki-Tiki, a Plasencia y al ecuatoriano “promotor-periodista” es pedir peras al olmo. Pedir a la prensa hispana este tipo de análisis es hacerles estudiar teoría de partículas subatómicas. El exilio histórico carece de antropólogos culturales o musicólogos que puedan mirar más allá de la notable y coherente labor de la chanteuse en sus denuncias al régimen de La Habana.

Velorio de Mamá Guillot

Quemaste la madrugada
con fuego de tu guitarra:
zumo de caña en la jícara
de tu carne prieta y viva,
bajo luna muerta y blanca.
El son te salió redondo
y mulato, como un níspero.


Jinete de la cumbancha:
¿Qué vas a hacer con la noche,
si ya no podrás tomártela.


¡Ahora sí que te rompiste,
Mamá Guillot!


Sólo dos velas están
quemando un poco de sombra;
con esas dos velas sobra.
Y aún te alumbran, más que velas,
tu bata colorada
que iluminó tus canciones,
la prieta sal de tus sones
y tu cabello planchado.

¡Ahora sí que te rompiste,
Mamá Guillot!


Hoy amaneció la luna
en el patio de mi casa;
de filo cayó en la tierra
y allí se quedó clavada.
Los muchachos la cogieron
para lavarle la cara,
y yo la traje esta noche
y te la puse de almohada.

Fragmentos adaptados de “Velorio de Papá Montero” de Nicolás Guillén.

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A petición de varios lectores se incluye aquí el paraninfo escrito por Orlando González Esteva:

Olga Guillot: La ira justa

José Lezama Lima decía que “si morirnos es separarnos de todo lo nuestro, la separación de todos los nuestros es también morirse”.


Olga ha muerto, ahora si estamos en el destierro


La muerte de Olga Guillot, el abismo que acaba de abrirse entre ella y nosotros, avala la verdad de esa frase: todos, al morir ella, morimos un poco. Y quien dice “todos”, dice “todo”. Porque todo, para algunos de nosotros, es, sigue siendo, Cuba: una realidad intangible, ubicua, que nos rodea y nos colma, que nos anima y nos angustia, que da un sentido profundo e indispensable a nuestras vidas, y que las despoja de todo sentido cuando alguien o algo que identificamos con ella, con Cuba, desaparece.

Si la significación de una persona es proporcional al vacío que deja su muerte, yo no sé qué nos vamos a hacer algunos cubanos, con tanto vacío, ahora que también nos falta Olga; Olga, cuya sola presencia era capaz de consolarnos --no importa si momentáneamente-- de tanta orfandad patria. Porque en ella, en su naturaleza arrolladora, parecía conjugarse todo: la nostalgia incurable, la ira justa, y la esperanza, una esperanza que, con demasiada frecuencia ya, flaquea.


Hay quien se empeña en identificar a Cuba con un bello lagarto de tierra echado a las puertas de un golfo. Cuba para mí es --y ha sido siempre-- mucho más; demasiadas cosas más, entre ellas, el recuerdo del impacto que tuvo Olga Guillot en el adolescente que fui, la primera vez que la oí cantar en un teatro de Miami; en el teatro de un Miami muy distinto al actual: un Miami que he visto declinar y que, hoy, agoniza.


Nunca, hasta Olga Guillot, aquel adolescente nostálgico de su infancia y de su país, inadaptado hasta el tuétano, había sospechado que una mujer podía desdoblarse en huracán y, menos, aun, que cada una de las canciones que esa mujer interpretara pudiera esconder una obra de teatro. Nunca, tampoco, volvería a serme tan obvia la forma en que un artista debe incorporar un texto y al decirlo revelar que, antes de llegar a sus labios, ese texto ha viajado por su sangre, ha respirado con él y ha rebotado varias veces en el tazón de su cráneo. La bóveda del cráneo de Olga Guillot debe de estar llena de letras impresas, o, mejor aun, grabadas en el hueso, con la uña implacable de su vocación. A diferencia de otros cantantes anteriores a ella y contemporáneos suyos, el instrumento de trabajo de Olga Guillot no era sólo su voz sino la totalidad de su persona: un instrumento vivo al que cantar por cantar le quedó siempre chiquito.


Qué extraordinaria facultad la de esta mujer para apoderarse de una canción –una vez que esa canción se había apoderado de ella—y, entre ambas, mujer y canción, canción y mujer, en una especie de forcejeo amoroso, cuerpo a cuerpo, sacarle chispas hasta al silencio. Visajes, manoteos, giros sobre sí misma, mordiscos, sollozos, un par de bofetadas al aire, gruñidos, regaños, miradas cómplices, miradas coquetas, miradas feroces, secretos dichos al oído del micrófono, puños a la cintura, ires y venires de un extremo al otro del escenario –ires y venires de diosa antillana sobre la superficie revuelta del océano--, conmocionaban los lugares donde Olga Guillot, más que cantar, se daba, mientras los noctámbulos, perplejos y encandilados, se olvidaban de beber, de fumar, de abrazar a sus parejas, espantaban a los camareros, aplaudían frenéticamente, vociferaban elogios y eran presa de la más ruidosa de las desazones cuando aquella fuerza de la naturaleza cubierta de lentejuelas hacía un falso mutis sólo para oír, pícara, cómo el auditorio, en pleno, rugía, saltaba de sus sillas, demandaba su regreso al escenario y hasta las lámparas del local, desveladas, tintineaban rogándole que no se fuera, que no cesara de cantar.


Saber que Olga Guillot vivía, verla en televisión, escucharla en la radio, encontrarla en el vestíbulo de un teatro o en un restaurante repleto de compatriotas que la piropeaban y le agradecían tantos ratos de dicha, esperar que, alguna vez, Olga pudiera regresar adonde siempre anheló y debió regresar, y cantar allí, ¡allí, para todos!, los de aquí y los de allá, que por ella y en ella hubiéramos sido uno, eran algunas de las razones que nos animaban a esperar tiempos mejores, a pensar que el futuro aún estaba por delante, y que ese futuro nos resarciría de tantos años de desolación.


Hoy sabemos que el futuro ya pasó; que el tiempo que nos queda por vivir, además de achicarse, nos presenta un panorama cada vez más extraño que el que, ilusos, previmos; y de aquella legión de cubanos viejos, de cubanos íntegros que, hasta ayer, nos repatriaban con su sola existencia, ¿cuántos nos quedan? ¿Qué nos queda? Ni nosotros mismos, sin ellos, somos ya nosotros. El palmar se nos ha vuelto páramo.


Miami es otro. Cuba es otra. Olga Guillot ha muerto. Ahora sí que estamos en el destierro.

Orlando González Esteva


15 de julio de 2010

5 comentarios:

Maria Eugenia Lopez Roque dijo...

Oiga, a usted no lo callan ni los vivos ni los muertos, ni los ricos ni los famosos. Le deseo suerto. La verdad es que nadie ha hablado de la musica de Olga. Todo el mundo en este Miami la ha usado para coger camara.

Maria Eugenia

Anónimo dijo...

Senor Justo, le escribo por dos razones. En primer lugar porque ya era tiempo que alguien desenmascarase a Carlos Zambrano que es como una sanguijuela de la farandula de Miami. Nadie le ha preguntado donde salen sus reportajes. Mi otra razon es porque aparecio en El Diario Las Americas de la familia Aguirre, un articulo cursi del tal Plasencia que usted menciona. Que cosa tan penosa. Como dejo Helen Ferre escaparse una cosa asi? Ya soy mayor pero en este tiempo no se conoce ni de cordura ni de buen gusto.

Carlos Garcia dijo...

Quedó muy bueno este escrito. A mí me dio pena el show que se armó en la iglesia y con el desfile a la funeraria. Tiene que haber sido desagradable para la familia. En Miami se aprovechan de lo que sea. Yo le pregunto por qué se ocupa de la farándula si tiene talento para cosas mucho más serias.

Queremos informarle que los esposos de Olga Guillot fueron Ibrahím Urbino, Alberto Insua y Willy Miranda. Urbino, al pertenecer al Partido Comunista, le cerró muchas puertas a Olga en la nación cubana. Este recuento histórico viene del Sr. Duflar.

Carlos García y R Duflar

Anónimo dijo...

Tira esto para TUMIAMI, van a enloquecer!

Isidro Diez-Pittaluga dijo...

Justo, eres un punto de referencia obligado en la conciencia crítica de una ciudad inconsciente. El criterio urgente, certero y necesario, frente a la narcotizante fatuidad, la omnipresencia de una 'jet set' tan local como presuntuosa. Gracias por este artículo sobre el triste suceso convertido en circense representación de la rocambolesca fauna de Miami. ¿Qué más se puede esperar de estos acartonados saltimbanqui? Ellos compiten entre sí por sus 5 segundos de fama mientras dan la ultima 'guillotinada' a la Guillot que yace casi anónima ante el protagonismo de sus 'lloronas'. Lo triste, es que estos son los mismos que encuentras en todas partes, los que desde sus feudos controlan el tic tac de esta ciudad hispano-mal-hablante. Dicen llamarse periodistas, artistas, cantantes, directores, productores, músicos, escritores, bailarines, musas y pintores, supuestos admiradores que aquí parecen gritar con descaro: 'el muerto al hoyo y al vivo, el pollo'. Que importa si la Guillot fue ese eslabón perdido o encontrado, entre el bolero y el feeling o si creó una manera de interpretar canciones hasta entonces inédita. Qué importa si ya era un icono del exilio, o de la cultura cubana. La realidad es que lo allí sucedido es una pequeña muestra de la vida narcisista y nihilista de hoy, donde los mediocres pretenden tomarnos por asalto.