aquí relatado por Giovanni Boccaccio
Justo J. Sánchez
AGRADECEMOS LA DIFUSION QUE HA RECIBIDO ESTA NOTA AL APARECER EN EL BLOG DE EMILIO ICHIKAWA, EN TUMIAMIBLOG Y EN CUBANET. AGRADECEMOS DE LA MISMA MANERA TODOS LOS COMENTARIOS RECIBIDOS DE LOS LECTORES DE YOANI SANCHEZ.
Cuando más agraciadas Damas de Blanco, pienso cuán piadosas sois por naturaleza, tanto más conozco que el presente relato tiene a vuestro juicio un principio penoso y triste, tal como es el doloroso recuerdo del pestífero episodio por vosotras pasado, vergonzoso y digno de llanto para todos aquellos que lo vivieron o de otro modo supieron de semejante acontecimiento. Pero no quiero que por ello os asuste seguir leyendo como si entre suspiros y lágrimas debieseis pasar la lectura.
Transcurrían los años de la fructífera Encarnación del Hijo de Dios llegado al número de dos mil nueve cuando a la egregia ciudad de San Cristóbal de La Habana, nobilísima entre las urbes del Cuarto Mundo, llegó una fetidez insoportable. Arácnidos inenarrables, enormes batracios que con crustáceos llegaban de los barrizales de Cojímar y desde Batabanó eran poseídos por extraña ira e imaginaciones febriles. Reptiles e insectos de especies varias hacían su entrada desde la Ciénaga de Zapata y al contacto con la virulencia, se unían a la violencia instados por sabuesos y mastines del Ministerio del Interior y de las Fuerzas Armadas que a la sazón “trataban” los asuntos de Yoani Sánchez y las Damas de Blanco.
Aquella ola de calor que sobrevino sobre La Habana durante el mes de diciembre hizo que de los cuerpos sudorosos de los lumpenproletariat emanara un humor aún más fétido. Unido a los vapores de los animales y de los turistas (taxistas alemanes, camareros italianos en pos de Eros) salir a la calle –no sólo a una valiente protesta sino a cualquier cosa- era enfrentarse a la pestilencia mortífera.
Oí a una persona digna de fe, que en una venerable iglesia de mañana, no habiendo casi ninguna otra persona, tras los divinos oficios se encontraron varias mujeres, todas entre sí unidas o por amistad o por vecindad o por parentesco, o por tener familiares encarcelados, discretas todas y adornadas con ropas blancas y honestidad gallarda. Se reunieron y comenzaron a discurrir sobre la condición de los tiempos, muchas y variadas cosas. Luego de algún espacio, callando las demás, así empezó a hablar una de ellas:
-Vosotras podéis, queridas señoras, tanto como yo haber oído muchas veces que a nadie ofende quien honestamente hace uso de su derecho. Natural derecho es de todos los que nacen ayudar a conservar y defender su propia vida, y concededme esto, puesto que alguna vez ya ha sucedido que, por conservarla, se hayan matado o encarcelado hombres sin ninguna culpa. Y si las leyes, a cuya solicitud está el buen vivir de todos los mortales, ¡cuán mayormente es honesto que, sin ofender a nadie, nosotras y cualquiera otro, tomemos los remedios que podamos para la conservación de nuestra vida!
Dicho esto y marcándose ese día la Jornada de los Derechos Humanos, decidieron hacer una marcha ordenada y pacífica para recordar a sus familiares injustamente en el presidio.
Con sus ajuares recién almidonados y su sutil esencia de violetas salieron las Damas a su pesquisa: ofrecer su testimonio de esposas, madres, hijas, hermanas de presos. Armadas con lirios gladiolos y rosas, extrañas alimañas las esperaban.
Entre los cocodrilos, un mulato grueso vociferaba:
-¡Que se vaya la gusanera!
Salió de los sapos un “pinguero” con camisa roja para propinar empujones a las Damas de Blanco. Tenía que regresar a la beca el domingo.
El olor a sudor, barro, mugre, los gritos de las fieras y el proletariado amaestrado no pudieron amedrentar a las Damas de Blanco aún si el espectáculo asustara a la propia fauna. Se cuenta que en el barullo varios ideólogos fueron atacados por cocodrilos y culebras. Un vocero de la embajada inglesa fue víctima de la plebe anárquica y se recupera de mordidas, golpes y un “nervous condition.”
Al día siguiente levantándose y recobrándose de sus heridas se fueron las Damas a un prado en que la hierba es verde y alta y el sol no molesta. Allí, donde se sentía un suave vientecillo, todas se sentaron en corro para hacer reflexión:
-Como veis, el sol está alto y el calor es grande, y nada se oye sino las cigarras. Aquí es bueno y fresco estar. Pero si en esto se siguiera mi parecer, no en otros menesteres que novelando (con lo que, hablando uno, toda la compañía que le escucha toma deleite). Cuando terminaseis cada uno de contar una historia sobre el día de ayer o los actos de repudio a los que sometidas estamos, el sol habría declinado y disminuido el calor, y podríamos sacar provecho de ello”.- Las mujeres por igual alabaron el novelar.
Llegará la morralla enardecida a Miami, tarde o temprano. Los jefecillos de turno pasarán por María Elvira Dead u otras emisiones televisivas. Afirmarán que “siempre estuve en contra de aquello”. Al año, con residencia en mano, regresarán a transitar aquellas calles, esta vez escondiendo la fetidez con productos higiénicos norteamericanos y escandalosas colonias sintéticas. El episodio de las Damas de Blanco será sólo un vídeo de archivo o una herida en un cuerpo de mujer.
1 comentario:
Excelente, un lenguaje fino para describir golpes bajos...
Poe York
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