Hagamos una posible composición de lugar. Hotel Raleigh, deliciosa mañana miamense, maquilleurs, productores, luminotécnicos, fotógrafos, el presbítero Alberto Cutié, Ana Remos, cronista y lamebotas de burgueses y trepadores:
- Ay, Padre, ¿qué tal? La bendición…
- Dios te bendiga, hija mía. ¿Qué tal la gala de los Latin Builders?
- No, esa no la cubro yo. Fui al Vizcaya al “cotillion” del año, los quince de la niña Valls. Fue un encan...
Interrumpe un asistente del fotógrafo:
- Padre .. los pantalones
- ¿Cooooomo?
- Hey, can you lift your pants?
- Ana, perdona hija, nos vemos en la gala de…
- Padre, las luces… -un productor.
- Ay Ana, esto de ser estrella … Ni en Vanity Fair.
En la versión hispana de la revista Ocean Drive aparecería en junio el álbum fotográfico “Los Power Players”. El sacerdote Alberto Cutié de la arquidiócesis de Miami fulguraba bajo la rúbrica de “Los influyentes”. Escribe Dániza Tobar en la publicación playera: “En vez de un religioso, parece un rock star en sotana. Y es que al Padre Alberto Cutié te lo puedes encontrar, tanto en su parroquia de St. Francis de Sales de South Beach, como predicándole a los jóvenes en Latinoamérica... o en el VIP de los Premios Billboard”. Espero que no. Ruego a San Ignacio me haga discernir espíritus y pueda evitar ese tipo de VIP. Ya tendría que rogar a San Miguel Arcángel para protegerme de la fauna endemoniada (dragonesca) de los Premios Billboard. Y es que no todos los VIP Rooms son malos, entiéndase. Recuerdo en el del Avery Fisher, Lincoln Center a Riccardo Chailly leyenda musical, explicándome con lujo de detalles la Décima Sinfonía de Mahler que acababa de dirigir con la Concertgebouw de Ámsterdam.
Una periodista me acusó de fariseo al distribuir la foto de Father Cute-ie en Ocean Drive. No trato de reprocharle al presbítero su conducta, ¡lejos de mí! El clérigo ganado tiene su nonstop al excelso paraíso con esas galitas “de cuarta” a las que se somete. La Providencia “luxológica” le obtendrá fiestas bien en la Ile S. Louis, Kentshire, en el augusto Circolo della Caccia de Roma o en las mansiones de Costa Smeralda.
Lo que llama aquí la atención es el manejo institucional. La iglesia –comunidad- se ha visto retada en innumerables ocasiones: sismos, guerras, corrupción interna, conflictos teológicos. Los que creemos en su misión salvífica vemos que la gracia se hace manifiesta en individuos y momentos: Santa Catalina de Siena, San Francisco, Concilio de Trento, San Ignacio de Loyola, Vaticano II, el ecumenismo. Vemos también con espanto el mal espíritu en la Inquisición, el Banco Ambrosiano, el Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum, el asunto Galileo, el antisemitismo, la Principessa de Acquapendente y de Sant'Angelo in Vado, perdón, Pío XII.
La iglesia norteamericana ha visto con beneplácito el lanzamiento de un cura “mega-star” como instrumento pastoral, de evangelización y vocaciones. Se ha creado -analiza un profesor amigo radicado en Washington- la "industria Padre Alberto" basada en programas de radio, libros, espacios televisivos y la columna "Consejos de amigo" sindicada en los diarios. Somos testigos de un "omnimedia", el Martha Stewart para la latinalia católica. El mundo hispano, dado al caudillismo, se lanza en pos del bonitillo uniformado con acceso a los medios de comunicación. Más aún, se opera con el sacerdote esa transferencia que discutía Freud entre el analizando y el terapeuta. ¿Es éste el remedio para la juventud “Puff Daddy” “Daddy Yankee”, reggaetón, metanfetamina (“hielo”, “vidrio”), SIDA y madres solteras? La jerarquía ha de preguntarse ¿se llega a esa juventud retratándose con los trepadores sociales de Miami en cuanta gala existe? No creo. El Padre Alberto trabaja el ambiente hostil tras la crisis del clero pederasta y en una ciudad donde un 17% de la población vive en suma pobreza y las autoridades metropolitanas se confabulan con urbanistas y especuladores para robarles los fondos de viviendas subvencionadas. Si a esa juventud le queda alguna neurona en función después de los múltiples orgasmos, drogas y reggaetón, ha de fugarse del Padre Alberto ante el horror de sus retratos con los “Power Players”. ¡Es aliado de su miseria! Piensen: aplaude incluso a los “raperos” en los premios Billboard.
Para los plutócratas un cura bien parecido, con facilidad de palabras sin ser docto, masculino en un mundo machista, el Padre Alberto es el invitado estrella. Se esconden y van a los babalawes por las tardes y , que quede claro, nadie sabe donde está Hialeah. Los santeros –como los analistas de Park Avenue- ya no tienen citas disponibles. Las acciones de botánicas holding companies se venden en Wall Street. Ojo, a la hora de retratarse y aparecer piadosos: Padre Alberto a la vista. Sin saberlo, o sabiéndolo quizás, con inocencia y celo evangélico, se fue convirtiendo en el “cura del ‘establishment’”. Poco a poco los protagonistas de Selecta, Vida Social, El Diario Las Américas, Vanidades y Ocean Drive, se lo tragaron, lo hicieron VIP. Ya su mundo es VIP, flashes y alfombra roja. Mi afán, como medida de cordura y balance, seguir sin encontrármelo.
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